La rehabilitación visual en niños con baja visión debe iniciarse tan pronto como se detecta el déficit, mediante un proceso multisensorial e individualizado liderado por profesionales de tiflología como la Dra. Lady Díaz. Este abordaje se aplica tanto en clínicas especializadas como en el entorno escolar para estimular los procesos cognitivos y evitar la pérdida de tiempo crucial en las etapas tempranas de la infancia.
Desde la detección temprana del déficit visual, es fundamental llevar a cabo una valoración integral que permita conocer el nivel de atención, percepción y memoria visual de cada niño. Esta evaluación inicial, más allá de determinar el diagnóstico oftalmológico, identifica posibles déficits cognitivos coexistentes y sirve de base para diseñar actividades de estimulación adecuadas. Al comprender las particularidades de cada paciente —edad, desarrollo y capacidades—, los profesionales logran adaptar las intervenciones de manera personalizada, garantizando que cada ejercicio resulte comprensible y motivador.
El proceso de rehabilitación no se limita a la estimulación visual: incorpora un abordaje multisensorial que involucra elementos táctiles, auditivos y cognitivos. En los primeros años de vida, se emplean herramientas como la caja de luz para atraer la atención y fomentar la exploración visual y sensorial. A medida que el niño crece, las actividades evolucionan hacia el control visomanual, la discriminación de formas, tamaños y colores, y la asociación figura-fondo. Cada dinámica busca potenciar la coordinación ojo-mano y la memoria visual, fortaleciendo las habilidades necesarias para el aprendizaje académico y la autonomía cotidiana.
La adaptación del entorno escolar constituye otro pilar esencial. Las instituciones deben contar con material de lectura de macrotipos, guías con contrastes elevados y recursos no ópticos como atriles y tiposcopios. Asimismo, es vital capacitar a docentes y familias en la elaboración de ayudas accesibles y en la implementación de ajustes razonables, tales como cuadernos de baja visión y plantillas que faciliten la interpretación de imágenes. De esta manera, se supera la barrera del desconocimiento y se promueve una inclusión efectiva en el aula.
La decisión de incorporar el aprendizaje del Braille se plantea solo cuando la función visual deja de ser suficiente para el desempeño escolar en tinta. En este caso, el proceso se realiza de manera paulatina, con el acompañamiento y la aceptación de la familia, asegurando una transición gradual hacia la lectoescritura táctil.
En definitiva, la rehabilitación visual en la infancia exige una intervención inmediata y colaborativa entre profesionales, familias y escuelas. Solo mediante un enfoque multisensorial, individualizado y adaptado a cada etapa del desarrollo, se logra optimizar el potencial visual y cognitivo de los niños, garantizando su inclusión plena y su bienestar a largo plazo.