Escribir sobre la baja visión es un reto emocionante. Es una práctica que se extiende más allá del desarrollo profesional y nos lleva al desarrollo personal; nos permite reconocernos como seres humanos que formamos parte de un entorno en el cual existen limitaciones, algunas actuales y otras, de toda una vida; en unos implica generar cambios en la forma de vivir, o descubrir aptitudes nunca imaginables, en fin, un mundo por conocer a través de las vivencias de cada uno de los pacientes con baja visión que pasan por nuestras manos.
No hay que tener una especialidad o una gran experiencia para reconocer las necesidades de este tipo de pacientes. Practicar una gran anamnesis, con la dedicación de tiempo que se requiere para hacerla, es vital para comprender en algo un mundo que espera que nosotros, con nuestros conocimientos, capacidades, y experiencia, pero aún más importante, con nuestra actitud, tengamos un impacto para la calidad de vida de ese paciente.
¿Hasta dónde podríamos impactar? Acaso hasta dónde llegue nuestra comprensión o, más bien, nuestro deseo de ayudar al paciente. Es una conducta que nos invita a resignificarnos como profesionales, a salir de nuestra zona de confort y enfrentarnos con la necesidad de poner en práctica tanto la compasión como la paciencia, entendiendo estas actitudes como nuestra capacidad de tener y dar paz como parte del ejercicio de la ciencia.
No hay nada más reconfortante que experimentar la empatía de un paciente cuando sabe que nos identificamos con sus necesidades visuales. En ese momento el paciente reconoce que está en el sitio correcto y con el profesional indicado. Y eso funciona para cualquier área de nuestra profesión cuando el paciente percibe que una adecuada indagación nos llevará a un diagnóstico adecuado y, por ende, un tratamiento apropiado.
Y es que conocer la importancia de las limitaciones visuales hace que cada vez avancemos con mayor profundidad en el interrogatorio. En algunas ocasiones, a este tipo de paciente su realidad le cambió de un momento a otro, o, podría ser del tipo que han tenido deficiencias durante toda su vida. Sin importar el origen, nos encontramos frente a una situación actual que solo puede detectarse por medio de las palabras y la actitud del paciente y es por ello que nos obliga a ser sensibles ante esa necesidad.
Y ser sensibles no solo significa ser capaces de percibir sensaciones con nuestros sentidos, sino también entender, comprender, asimilar, apropiarse y tener la mayor atención para cada palabra tanto del paciente como nuestra. Debemos enriquecer la forma para aumentar nuestra agudeza perceptiva y poder reconocer lo más importante para el paciente, o saber la manera idónea para indagarlo, y así hallar la solución que requiere el paciente.
Por experiencia sabemos que en muchas ocasiones lo más sencillo o trivial puede ser lo más importante o sobre lo que está basada o suspendida la vida de una persona. Son esos pequeños detalles los que pueden marcar una gran diferencia y hacer que cada día seamos más receptivos a las necesidades del paciente y, por consiguiente, a propender por la solución de las mismas.
Y aunque haya muchas investigaciones en esta área, o exista una gran cantidad de formularios y encuestas que relacionan las condiciones y características de las personas, nada resulta mejor y más significativo para un paciente, que la empatía que demuestra el profesional que lo está atendiendo, más allá del conocimiento, la edad, la experiencia, la aptitud o el prestigio.
Es justo por ello, por lo que nuestra vida profesional estará llena de alegrías y retos diarios que hacen que debamos estar actualizados y leer permanentemente. Es la mejor motivación para obtener herramientas con las cuales podamos ayudar a nuestros pacientes y así llegar a impactarlos lo suficiente como para cambiar su estilo y la calidad de vida. Adoptar esta actitud hace que en incontables ocasiones nos descubramos buscando o aprendiendo sobre áreas antes desconocidas.
Debemos agradecer por poder conocer este tipo de casos. Tal vez, en la vida universitaria podríamos haber evitado este tipo de pacientes, pero ahora, por el contrario, debemos ser agradecidos y pedir que podamos tener la disposición y actitud correctas para con ellos.
Muchas veces pensamos que nuestro estudio y conocimiento apuntan a impactar de la mejor forma al paciente, pero, la verdad sea dicha, en estos casos los impactados seremos nosotros, ya que al final del día o incluso durante toda la jornada, seremos nosotros los que reflexionemos y pensemos en el paciente y en sus necesidades, y, a su vez, en lo que este nos ha hecho reflexionar sobre nuestra propia vida.
Resulta un reto interesante y con fines bastante positivos para nosotros, hacer que la atención de un paciente de baja visión sirva para reflejar en algunos casos nuestras fortalezas y debilidades. Es en ese momento cuando comparamos nuestras vidas y sus limitaciones con las de los demás, o cuando aprendemos a valorar aquello que tenemos y es cuando digo que no solo es valorar algo porque se ha perdido, sino que no sabíamos que lo teníamos.
Es una verdad ineludible que antes que mostrarnos las deficiencias que podríamos observar en distintas áreas de nuestra vida, nos invita a crecer, a impulsar cambios en nuestra vida profesional y personal y, es aún más importante, saber que con cada paciente de baja visión que tratemos, se nos da una ocasión para cultivar nuestras fortalezas y recapacitar sobre nuestras debilidades y convertirlas en motivo para crecer y apreciar la dimensión que tuvo la interacción con ese paciente.
Doy gracias a Dios y a Franja por poder compartir mis experiencias y así tocar la vida profesional y personal de mis colegas, para identificarme con algunos, o para retar a otros a enfrentar la verdad del mundo de cada uno de nuestros pacientes. Un abrazo y bendiciones.o
Autor: Fabio Mora, OD.