El nistagmo puede presentarse como un fenómeno fisiológico natural o como un signo de patologías subyacentes. En el primer caso, el nistagmo optocinético comienza a desarrollarse entre los tres y cuatro meses de vida y resulta esencial para la función visual, ya que permite la rivalidad retiniana y el desarrollo de la agudeza visual. Se evalúa en optometría pediátrica desde los seis meses de edad. Sin embargo, cuando el nistagmo es patológico, su origen puede estar vinculado a enfermedades neurológicas, trastornos metabólicos o afecciones oftalmológicas. En estos casos, su detección temprana requiere un abordaje interdisciplinario en colaboración con pediatras, gerontólogos y otros especialistas.
Las causas del nistagmo patológico son diversas y pueden incluir tumores cerebrales, accidentes vasculares, lesiones por falta de oxigenación cerebral, enfermedades del sistema nervioso y efectos adversos de ciertos medicamentos, como anticonvulsivos y anfetaminas. El abuso de sustancias como el alcohol, incluso el etílico utilizado para desinfección durante la pandemia, ha sido identificado como un posible detonante. Además, trastornos oculares como el glaucoma, coloboma, albinismo y otras afecciones retinianas pueden estar asociados con su aparición. En algunos casos, traumatismos como la sacudida infantil pueden provocar espasmos nutans, mientras que enfermedades cerebelosas o procesos de desmielinización en la infancia, a veces vinculados con la poliomielitis, también pueden desencadenarlo.
Las repercusiones del nistagmo en la calidad de vida del paciente van más allá de la visión borrosa. La falta de un punto de fijación estable compromete la agudeza visual, generando ambliopía en casos congénitos y dificultades en la lectura lineal, el seguimiento visual y la percepción espacial. Algunos pacientes experimentan inestabilidad al caminar debido a la alteración en el control postural, mientras que la fotofobia y la mala visión nocturna pueden agravar aún más las limitaciones. En muchos casos, los pacientes adoptan una postura compensatoria, inclinando la cabeza para minimizar el movimiento ocular involuntario, lo que puede derivar en tortícolis. Las dificultades en actividades diarias, como comer o desplazarse en ambientes con iluminación variable, evidencian la necesidad de un manejo integral de la condición.
Para una evaluación precisa del nistagmo, es esencial realizar una anamnesis exhaustiva que contemple el historial clínico y el desarrollo del paciente. La medición de la agudeza visual debe hacerse primero en visión binocular y luego monocular, complementándose con pruebas como la sinergia monocular con prismas de Krimsky y la determinación de la posición primaria de visión. Evaluaciones de la función pupilar y el sistema fotomotor permiten identificar alteraciones neurológicas subyacentes. Sin embargo, en estos casos, el autorrefractómetro puede ser poco fiable, por lo que la retinoscopía dinámica se convierte en una herramienta indispensable para un diagnóstico certero.
El tratamiento del nistagmo se enfoca en mejorar la calidad de vida del paciente y su independencia. La corrección del error refractivo con la graduación máxima tolerada es un primer paso fundamental, aunque inicialmente pueda generar mareo. Se recomienda un monitoreo cuidadoso con la montura de prueba durante al menos 30 minutos para evaluar la adaptación del paciente. En algunos casos, el uso de prismas oftálmicos, ya sean comportamentales o en forma de junquet/yugo, contribuye a fusionar la convergencia y estabilizar la visión. También pueden emplearse prismas de base interna, externa, superior o inferior, dependiendo de la dirección del nistagmo, así como prismas de Fresnel en casos de baja visión.
La terapia visual es una estrategia clave para mejorar la agudeza visual y la fijación en pacientes con ambliopía. Los ejercicios vestibulares ayudan a fortalecer el equilibrio, utilizando herramientas como anaglifos, espejos para neurofeedback y actividades motoras como caminar en línea recta, montar bicicleta estacionaria o realizar ejercicios sobre superficies inestables. En algunos casos, la equinoterapia puede ser beneficiosa debido a su impacto en la estimulación multisensorial. La conexión entre la audición y la visión también es un aspecto importante a trabajar, por lo que la estimulación auditiva se integra dentro del tratamiento.
Cuando el nistagmo es severo y crónico, la cirugía en los músculos extraoculares puede ser una alternativa, así como la aplicación de toxina botulínica para reducir la intensidad de los movimientos involuntarios. Tecnologías emergentes como la realidad virtual han demostrado ser prometedoras en la rehabilitación vestibular a través de neurofeedback. Para pacientes con baja visión, dispositivos como lupas electrónicas, lupas manuales y filtros de absorción selectiva pueden facilitar la lectura y la adaptación al entorno.
El manejo del nistagmo requiere un enfoque interdisciplinario en el que optometristas, oftalmólogos, neurólogos, rehabilitadores visuales y otros profesionales colaboren estrechamente. La meta no es solo mejorar la visión, sino brindar herramientas que permitan al paciente alcanzar la mayor autonomía posible. Inicialmente, se recomienda una revisión a la semana de la consulta inicial, seguida de controles cada 15 días y posteriormente cada tres meses en niños o cada seis meses en adultos. Con un abordaje integral y estrategias personalizadas, es posible ofrecer a las personas con nistagmo una mejor calidad de vida y una mayor confianza en su desarrollo diario.