En el entorno de la óptica profesional existe la creencia de que basta con pedir al laboratorio “el lente más delgado posible” para lograr un resultado óptimo. Sin embargo, esta solicitud simplista no contempla variables esenciales que influyen directamente en la calidad visual y en la experiencia del usuario. Juliana Cadavid, especialista con amplia trayectoria clínica y en laboratorio, señala que el espesor del lente es siempre el resultado de un análisis técnico que involucra prescripción, diseño del material y elección de montura.

Al clasificar una prescripción entre baja (hasta dos dioptrías), media (entre 2,25 y 4 dioptrías) o alta (más de cuatro dioptrías), el profesional identifica desde el inicio si el espesor será un factor crítico. En prescripciones de baja graduación, la delgadez del lente permite libertad casi total en la selección de montura. Cuando la graduación supera las dos dioptrías, el espesor periférico comienza a aumentar, y en prescripciones elevadas se vuelve determinante optimizar cada milímetro. Cadavid explica que, en policarbonato, cada dioptría tallada añade aproximadamente 1,5 milímetros de espesor, por lo que un cálculo mental preciso evita sorpresas en laboratorio.

La montura elegida debe responder al perfil de la graduación. Para lentes negativos—más gruesos en el borde—es preferible un frente con altura reducida que ubique la porción más delgada del lente en la zona de visión. Según Cadavid, “al eje vertical comprometido por el astigmatismo negativo, es mejor optar por monturas cuadradas de dimensiones contenidas, evitando los modelos tipo aviador”. En lentes positivos, gruesos en el centro, conviene emplear monturas completas de acetato que ocultan el bisel y permiten diámetros mínimos sin comprometer el grosor. Monturas semiaéreas o ranuradas, al exigir un bisel de al menos dos milímetros, pueden incrementar el espesor y el peso.

El índice de refracción del material es otro aliado clave. Frente al policarbonato, un índice de 1,67 puede reducir el espesor en un 20 %, mientras que un 1,74 lo hace en torno al 30 %. Para lentes positivos, un índice de 1,60 equilibra bien delgadez y propiedades ópticas, garantizando un número de Abbe adecuado y resistencia mecánica. Además, los diseños asféricos se imponen por su capacidad de disminuir aberraciones y ofrecer un acabado más estético, independientemente de la graduación.

Ignorar la relación entre prescripción, lente y montura puede generar aberraciones cromáticas, efecto prismático en la mirada inferior y distorsión de la posición de los objetos, lo que provoca reclamaciones y afecta la reputación de la óptica. Por ello, el profesional debe educar al paciente sobre las implicaciones de sus elecciones y, cuando sea necesario, “desenamorarlo” de una montura estética que complique el rendimiento visual. Una comunicación transparente evita insatisfacciones y fortalece la confianza en el asesor óptico.

En definitiva, el enfoque integral propuesto por Juliana Cadavid rechaza el simple “lo más delgado posible” y promueve una selección informada de montura, lente y material. Solo así se garantiza el menor espesor compatible con la mejor calidad visual, convirtiendo cada prescripción en una solución técnica y estética perfectamente equilibrada.