La motricidad gruesa y la percepción visual son procesos interdependientes que requieren maduración progresiva; un bebé nace sin la capacidad de caminar porque debe desarrollar primero el control postural y la orientación espacial. El desplazamiento independiente se define como la habilidad de moverse desde un punto A hasta un punto B con seguridad, elegancia y autocontrol, convirtiéndose en la piedra angular de la autonomía infantil. Fomentar esta capacidad desde etapas tempranas previene la dependencia y reduce el riesgo de trastornos emocionales asociados a la inmovilidad.

La corteza visual y el procesamiento temprano de la información

La corteza visual, compuesta por las áreas V1 a V5, integra y procesa la información que proviene de la retina, aunque su grosor no supere los 2–3 mm. El área V1 es la primera estación neural que recibe datos de cada ojo de manera contralateral, lo que favorece la visión binocular y la fusión de imágenes. Funciones como detección de luz, contornos, color, orientación espacial e información visoespacial dependen de estas regiones, al igual que los patrones de rastreo visual (“zarcadas rápidas” y “fijaciones lentas”). La estimulación de estos procesos desde la infancia resulta vital, sobre todo en condiciones como el nistagmo, y debe iniciarse desde el momento del diagnóstico por parte de especialistas en estimulación temprana y visual.

Etapa sensorio motriz e invasión de la línea media corporal

Según Piaget, la etapa sensorio motriz (nacimiento a 2 años) es esencial para que el niño integre estímulos visuales y corporales. La invasión de la línea media—seguir objetos de izquierda a derecha primero con la mirada (3 meses) y luego con rotaciones corporales (6–8 meses)—es clave para la coordinación psicomotriz y la direccionalidad. De no desarrollarse de forma espontánea antes de los 3 años, requiere intervención para garantizar que el niño pueda coordinar el bastón con el paso contrario y manipular objetos cruzando la línea media, habilidades fundamentales para la vida diaria.

El gateo como fundamento de la movilidad

El gateo sienta las bases del equilibrio y la elegancia al caminar. La ausencia de esta fase puede derivar en desplazamientos torpes y dificultades para sincronizar el bastón con el pie contrario. Además, el gateo fortalece conexiones cerebrales que favorecen el aprendizaje de la escritura, la aritmética y la lectoescritura Braille, basada en patrones diagonales. La trayectoria y ritmo del gateo influyen directamente en la técnica de barrido frontal del bastón, creando un arco protector y marcando la direccionalidad del desplazamiento.

Desafíos y productos de apoyo para la movilidad

Los entornos reales presentan variables cambiantes—luz, sombras, neblina—que complican la movilidad de niños con baja visión. Una iluminación ajustada a las necesidades de cada paciente y productos de apoyo escalonados facilitan el aprendizaje de la autonomía:

  • Baby Gym, para estimular visión, coordinación y fijación desde edades tempranas.
  • Andadera, con ancho ajustado a la envergadura del niño, que ofrece información táctil del suelo.
  • Rastreador, con varilla diagonal y rodines, para percibir profundidad y espacio.
  • Direccionador, en forma de “Y”, para practicar el arco de barrido antes del bastón.

La técnica del bastón largo (Huber o de toque) se introduce entre los 2 y 3 años, coordinando el bastón con el pie opuesto y respetando el espacio personal frontal de 10 cm. Así se consolida la progresión: Gateo → Andadera → Rastreador → Direccionador → Bastón.

La estimulación visual y motriz debe iniciarse lo antes posible—cada día cuenta en el neurodesarrollo. Más allá de la corrección óptica, generar contraste y trabajar el desplazamiento aseguran el desarrollo de habilidades fundamentales. El objetivo final es promover la autonomía de niños con baja visión o ceguera y favorecer su integración social. Profesionales, familias y comunidades están llamados a difundir y aplicar estas prácticas desde el primer momento.