
Margarita Rosa Caicedo
Su pasión por ayudar y mejorar la vida de las personas ha llevado a esta optómetra a desarrollar conocimientos que nunca imaginó. Con una experiencia de más de 30 años fabricando y adaptando prótesis oculares y otras partes del rostro o cuerpo, esta experta anaplastóloga, ha llevado su práctica a la perfección. “Una prótesis cambia vidas, al hacer que la persona lleve una vida social y laboral dinámicas, porque siente que puede ser incluida dentro de la sociedad”. Margarita Caicedo, nuestro personaje de esta edición ha tenido tanto éxito que ha creado una empresa que se posiciona como una de las mejore en su ramo en la región.
Franja Visual (F.V.): ¿Por qué estudió optometría?
Margarita Rosa Caicedo (M.R.C.): Crecí en una ciudad pequeña, Buga, Valle del Cauca. Me gustaba la física y eso hizo que me fijara en la Optometría. En ese momento la única universidad que tenía esta carrera era la Salle, así que decidí ir a Bogotá y tuve que adaptarme a esa ciudad gigante. Cuando me gradué tenía claro que quería desempeñarme en el campo clínico y entonces, me fui a trabajar a Cali.
F.V. : ¿Cómo empieza su vida profesional?
M.R.C.: Cuando estaba haciendo la tesis universitaria, decidí que quería trabajar en una institución en mi tierra. Y pensé que el Hospital Universitario del Valle sería ideal, así que, simplemente, envié mi hoja de vida y ellos la aceptaron porque tenían planeado contratar un optómetra. Tan pronto me gradué empecé a trabajar allí, una entidad inmensa, de alto nivel y gran exigencia profesional. Atendí muchos pacientes y mi práctica clínica crecía con ellos.
Entre muchas condiciones clínicas, había una que no tenía solución definitiva, los pacientes ocularmente enucleados o eviscerados. Personas que sufrían mucho por su propia aceptación y por supuesto de la sociedad y nadie resolvía ese problema.
¡Así que asumí el reto! Me fijé la meta y me puse en la tarea.
Las metas, la constancia, las oportunidades y el temor hacen parte de esa motivación de la vida y en mi caso han estado presentes siempre.
F.V.: ¿En qué momento comenzó a realizar prótesis?
M.R.C.: Se unieron varios factores lo cual hoy me permite concluir que todo lo que se haga en la vida en algún momento sirve. De una parte, había un problema en el hospital, enucleaciones y evisceraciones. De otra parte, he tenido una inclinación y habilidad por la pintura y una tercera parte es que mi padre, quien murió muy joven, tenía un laboratorio dental en el que aprendí algunas cosas de la realización de prótesis dentales.
Así que un día, de manera muy empírica, después de conversar con algunos oftalmólogos, concluimos entre todos la necesidad de personalizar las prótesis de acuerdo con la cirugía practicada, decidí realizar las primeras prótesis oculares de mi vida. Una locura, pues en ese momento no había internet, no había libros, ni había a quien preguntar. Así que acudí a la herencia profesional de mi padre, sus conocimientos y su laboratorio dental y tímidamente empecé a hacer pruebas, bajo la técnica de ensayo y error. Trabajé diferentes acrílicos, diferentes tintes y los iba compartiendo con los oftalmólogos. Hasta que surgieron las primeras prótesis. Hablaba con los pacientes, les contaba la realidad de mi experiencia y todos estuvieron muy dispuestos. Empecé, entonces, a sentir mucha más pasión por mi profesión cuando veía su rostro de sorpresa positiva y expresión de agradecimiento. Son pacientes que aún siguen con nosotros. Pero tenía una sensación de insatisfacción, pues me preguntaba con frecuencia si lo que hacía estaba bien y como lo harían en otras regiones.
F.V.: ¿Qué pasó entonces?
M.R.C.: seguí trabajando y desarrollando mi propia técnica sin dejar de controlar muy de cerca mis pacientes. Dos años después, en una misión humanitaria, un oftalmólogo americano experto en prótesis oculares hacia parte del grupo de trabajo. Cuando me enteré no podía creerlo y solicité espacio para llevar las personas que tenían necesidad en ese momento. Así que aparecí con 70 pacientes. El oftalmólogo quedó aterrado y procedió a trabajar en su laboratorio portátil. No me desprendí de su lado en los tres días que estuvo. Analicé y registré con detalle cada uno de los pasos, el proceso, finalización, etc. Y él, al tercer y último día me dijo “nunca había tenido que hacer tantas prótesis en tan poco tiempo y tampoco una persona que no se quitara de mi lado por tres días minuto a minuto”, así que ese día se dedicó a explicarme con detalle y me dejó su laboratorio para que terminara las prótesis que no alcanzaron a realizarse. Eso fue como abrirme el cielo.
F.V.: ¡Excelente! ¿Qué pasó entonces con su vida profesional?
M.R.C.: En el hospital hacia refracción y adaptación de lentes de contacto. Las prótesis no estaban en mis tareas, así que empiezo a trabajar en las prótesis los sábados en mi casa. Mi esposo me ayudaba, acomodando los pacientes en la sala y conversando con ellos mientras yo atendía otros. Así duré un tiempo, pero llegó un momento en queno alcanzaba el tiempo y mi casa invadida de trabajo, entonces me independicé. Ya en mi consultorio me dediqué a la valoración optométrica, adaptación de lentes de contacto y por supuesto a las prótesis.
Actualmente, hemos evolucionado mucho el servicio y adaptación de prótesis, porque son personalizadas. El paciente se sienta al frente mío y, por ejemplo, pinto la pingüécula del tamaño que la tiene en el otro ojo. Lo mismo, si hablamos de la parte de anaplastología, cuando hacemos orejas, narices, cualquier parte de la cara o el cuerpo, me dedicó a analizar toda la estructura del área que vamos a trabajar.
F.V.: ¿Cómo surge la anaplastología en su vida?
M.R.C.: Como hacía prótesis oculares, las personas empiezan a preguntar si hacia otras partes del cuerpo, generando una necesidad que alguien tenía que satisfacer. Igual que las oculares, empecé a ensayar, algo muy importante en mi vida. En el año 2004 encontré por internet un lugar en Estados Unidos que hacía prótesis, pregunté por la posibilidad de cursos de anaplastología y después de 2 años se presentó la oportunidad, un curso en Indiana University. No sabía dónde quedaba y estaba desistiendo por el tema económico, pero le conté a mi familia y ellos me motivaron a ir. Entonces me fui a capacitarme en esta especialidad. Ahora hacemos no solo prótesis oculares sino además prótesis de mama, de pezón, también dedos, manos, entre otros.
F.V: Interesante innovación. ¿Cómo cambió su vida?
M.R.C: Vivo feliz. Es muy satisfactorio ver cómo se incluye en la sociedad esa persona que se aleja de todos y todo. Muchos de ellos deciden excluirse y cuando retoman su vida con confianza, pues quedamos realizados. Por ejemplo, tuve un paciente que nació con una malformación congénita en la que estaban ausentes las orejas, ya tenía unos 28 años cuando le hicimos su prótesis y el cambio fue tan grande, que se volvió una persona extrovertida, consiguió novia, se dedicó a organizar viajes turísticos, salió a conocer el mundo. Ahí me di cuenta que esas prótesis que aparentemente son solo un elemento de un material, para los pacientes puede ser un cambio de vida gigantesco.
F.V: ¿Cómo ha desarrollado su vida personal?
M.R.C: Luego de dos años y medio de estar en Cali, me casé y sigo casada. Tengo dos hijos, la mayor –Laura- es oftalmóloga, el menor –Alejandro- es diseñador industrial y tengo la fortuna que trabajan conmigo, Alejandro en la parte de diseño y de producción de prótesis en el laboratorio y la oftalmóloga está en el consultorio al frente de todos los pacientes. Yo me encargo de hacer el manejo con las personas, la toma de impresiones y los prototipos.
Cristian Mauricio Gómez V.
Periodista Grupo Franja
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