Quedé impresionado cuando leí el reporte de la cantidad de personas con problemas irreversibles de visión, 314 millones con discapacidad visual de las cuales 45 millones son ciegas, 269 millones presentan baja visión1 y 188 millones deficiencia visual leve, personas que en un 80% de los casos2, con la atención oportuna, no estarían haciendo parte de estas cifras. Lo preocupante es que los números van en aumento de acuerdo con la tendencia histórica.
Si, ¡la tendencia es preocupante! Al sumar los factores de riesgo para enfermedades oculares como las cataratas, DMRE, retinopatía diabética e hipertensiva, glaucoma, entro otros, con los factores inherentes a la cultura e idiosincrasia de nuestros países latinos, consumo de alcohol adulterado, uso indiscriminado de medicamentos oculares sin prescripción, uso de pólvora, traumas, etc. es lógico concluir que vienen cosas muy difíciles en la vida de una importante cantidad de personas.
Y precisamente, para evitar que millones de personas lleguen a estas condiciones, entre otras razones, existimos los optómetras, quienes somos los responsables del cuidado primario ocular, cazadores agudos de cualquier enemigo de la salud ocular para mantener el bienestar de la población en todo lo que tenga que ver con sus ojos y la visión, esa es nuestra responsabilidad social, nuestro aporte al mejoramiento del ser humano.
Pero registro con tristeza mi sensación, tan solo unos pocos se entregan con dedicación a esta tarea de realizar evaluaciones oculares conscientes y detalladas, pensadas en que somos la única opción para ese ser humano que confía en nuestra sabiduría. Es fácil concluir que la mayoría estamos concentrados en hallar defectos refractivos para tener la posibilidad de corregirlos con los resultados que todos sabemos y esperamos. Qué injusticia con su propia preparación e inversión querido colega, con nuestra profesión y especialmente qué injusticia con nuestros usuarios quienes cada vez tienen más riesgos de tener serios problemas de calidad de vida con la presencia de tantos enemigos de la visión.
En conclusión, sin saberlo, muchas personas más, en algún momento de su vida, teniendo la oportunidad de evitarlo, llegarán a hacer parte de la población con discapacidad visual, otra historia triste, pues en América Latina no estamos preparados para ayudarlos. El compromiso profesional va más allá de aprovechar cualquier remanente visual, las necesidades sociales, emocionales y laborales de estos seres humanos son muy grandes y nuevamente son muy pocos profesionales los que están participando en esta labor. No se puede esperar más a que las cifras sigan creciendo, a que pocos colegas hagan una consulta consciente o que una minoría se dedique a ayudar a esta necesitada población. Sin lugar a dudas la discapacidad visual es la evidencia de nuestra incapacidad profesional.