Cuando se prescribe una corrección óptica para abordar un problema refractivo, tanto el profesional como el paciente esperan que esta ayuda visual sea óptima para satisfacer las necesidades y corregir las deficiencias detectadas durante el examen. Además, se busca que sea estéticamente agradable para que el usuario se vea bien y no afecte su autoestima.
Con relación a las características estéticas, un aspecto importante es el espesor o grosor del lente que depende de la fórmula, las medidas anatómicas para montaje, el diseño de la montura seleccionada y del índice de refracción del material en el cual se va a tallar el dispositivo óptico. Entre más alto sea este índice, más delgado queda el lente oftálmico.
Actualmente, se recomiendan índices de refracción altos y muy altos que van desde 1.60 hasta 1.74 y que se encuentran disponibles con diferentes valores agregados (filtros y tratamientos), convirtiéndolos en opciones estéticas ideales para los usuarios.
Algunos fabricantes están llevando a cabo pruebas e investigaciones en materiales compuestos por polímeros con índices de refracción de 1.80 y 1.90. Su objetivo es conseguir características que, hace muchos años, se obtenían con materiales inorgánicos como el vidrio, tales como resistencia al rayado, espesores óptimos, baja dispersión cromática y alta calidad óptica. Es esencial considerar que los lentes de alto índice tienen una mayor densidad, por lo que se recomienda seleccionar monturas con materiales livianos. Adicionalmente, presentan una menor transmitancia y una mayor cantidad de reflejos (imágenes fantasmas), por lo tanto, se sugiere la aplicación de un tratamiento antirreflejo para mejorar estas condiciones ópticas inherentes al material.
Una vez que las pruebas finales con estos índices de refracción arrojen resultados favorables y reciban la aprobación para su uso seguro y eficaz en seres humanos, es de suma importancia prescribirlos con valores agregados respaldados con tecnología de punta. Estos deben contar con reconocimiento, calidad y garantía de uso, especialmente en lo referente al cuidado y la prevención en la salud ocular y visual. Por ejemplo, en el caso de lentes con protección UV, es esencial que cubran valores entre los 380 y 400 nanómetros para evitar patologías en tejidos como el cristalino y la retina. Para lentes fotosensibles o polarizados, su tonalidad y porcentaje de oscurecimiento no deben afectar la percepción de los colores, la agudeza visual y la sensibilidad al contraste. En el caso de lentes con tratamiento antirreflejo, la transmisión de longitudes de onda debe ser óptima, la calidad visual alta y la tecnología de aplicación no debe afectar el desempeño adecuado del tratamiento.
Es fundamental recordar que la mecánica oftálmica, la correcta toma de medidas y la selección adecuada de la montura a usar, se deben seguir teniendo en cuenta sin importar cual es el índice de refracción o la tecnología que se va a utilizar en la talla y fabricación del lente oftálmico. Nunca se debe pasar por alto que estas ayudas ópticas son catalogadas como dispositivos médicos.
Referencias
– Caum, J. (2000). Tecnología óptica: lentes oftálmicos, diseño y adaptación. México: Alfaomega.
– Perdomo Ospina, C. (2009). Fundamentos en lentes oftálmicos. Bogotá: Ediciones Unisalle.
– Reyes Domínguez, J. F. (2019). Excelencia en el manejo de la óptica y servicio al cliente. Bogotá: Ediciones Unisalle.
– Salvadó Arqués, J., & Fransoy Bel, M. (2000). Tecnología óptica. México: Alfaomega.