La tecnología está avanzando a pasos gigantes y los laboratorios ópticos hacen parte de esta evolución; por ejemplo, en años recientes se ha pasado del tallado artesanal convencional al digital. Y en este último se siguen haciendo actualizaciones que aún no entendemos completamente.

En esta carrera de la tecnología, ópticas y laboratorios han tenido que entender de manera rápida la evolución de las superficies, los materiales y los diseños de los lentes oftálmicos. Y al mismo tiempo adaptarse a la nueva forma de pensar del consumidor.

Los laboratorios ópticos de hoy, por la evolución de la ciencia y exigencias del mercado, deben ser tecnológicos, técnicos, clínicos y comerciales para lograr el equilibrio y estar a la altura de las exigencias del consumidor con las ópticas y de las ópticas con los laboratorios. Pero hay algo en el olvido que es fundamental para lograr este equilibrio, la historia.

He tenido la oportunidad de visitar laboratorios ópticos del continente y evidencio una constante que se repite una y otra vez, en un rincón de sus bodegas se encuentran verdaderas joyas, máquinas artesanales o convencionales que han sido la base de la evolución actual. Joyas de historia que solo con verlas recuerdan tiempos en los que el operario calculaba el lente, corte de esfera, cilindro, prismas y espesores. Épocas en las se hacía el bloqueo a mano con cera caliente, para tallar y pulir con materiales abrasivos. Biselar era una verdadera obra artesanal, trabajada a mano con disco de lija, tiempos donde sonaban canciones en radio de transistores que hacían parte del trabajo en equipo para lograr el mejor lente. El aprendizaje lo ofrecían expertos empíricos que con su ejemplo, regaños y exigencia prepararon una generación que aprendió a amar la actividad.

Cuando veo estas máquinas, siento una gran nostalgia. Los mantenimientos eran mecánicos, las llaves, tuercas, pinzas y tornillos  adornaban el suelo. Al desarmarlas la grasa estaba impregnada hasta la cara de los técnicos, las calibraciones eran una locura, pero cuando ese árduo trabajo terminaba la satisfacción de encontrar el error y solucionarlo era la mejor recompensa.

He podido recordar con técnicos de diferentes países esas jornadas extendidas de trabajo, que aunque solían ser agotadoras eran superadas con la compañía del equipo de trabajo, un café siempre disponible en la cafetera, un pollo asado, mientras que se ajustaba la maquinaria y se finalizaban los trabajos, con el pulimento hasta las orejas y el amanecer del siguiente día.

Como olvidar los pilares de lo que hoy somos, artesanía, técnica, creatividad, inteligencia humana aplicada a cada lente, trabajo en equipo y una muy fuerte dosis de pasión y amor, de allí viene el laboratorio óptico actual.

Estoy fascinado con las nuevas tecnologías, pero no con la forma de pensar y trabajar del nuevo personal del laboratorio. Lamentablemente hemos entrado en una zona de confort donde se espera que las maquinas lo hagan todo con solo oprimir botones y sin tener claros conceptos fundamentales que hacen parte de un buen producto final.

Inteligencia, creatividad, responsabilidad, trabajo en equipo y pasión, no deben ser reemplazados por la tecnología moderna, porque siguen siendo parte fundamental de un buen trabajo y producto final (equilibrio entre lo tecnológico, técnico, clínico y comercial) y además porque así se vive de manera más agradable.

 

 

 

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